Las iglesias románicas con cementerio en un paisaje rural son lugares de paz que producen un efecto de continuidad histórica: uno piensa que cuando la iglesia fue construida, en la Edad Media, debió tener el mismo aspecto o uno parecido al actual. A veces, incluso puede descubrirse un rincón donde nada recuerda al presente. El encanto de estas iglesias rurales románicas, que no obligan al espectador a admirarlas por su enorme magnitud, como sucede con las grandes catedrales de las ciudades, reside principalmente en lo humano de sus medidas. A ello debe añadirse el distanciamiento del ajetreo mundanal, del que parte un efecto tranquilizador.
Muchas de estas iglesias románicas fueron antiguamente iglesias monásticas y algunas de ellas lo continúan siendo. El hecho de que los monasterios del románico se encuentren por regla general rodeados de hermosos paisajes se debe a que los monjes del siglo XI y XII se dedicaron especialmente a la vida rural.
Un importante punto de vista que debe tomarse en consideración para comprender el arte románico es el arquitectónico (reflejado en todo su esplendor en las iglesias románicas).
Quien lea detenidamente la Biblia observará que muy a menudo se emplean en ella imágenes y expresiones que provienen del mundo arquitectónico. La arquitectura y el procedimiento de la construcción tuvieron desde un principio un significado muy importante. No son únicamente los manuales, en los que desde el siglo XI se representan ilustraciones del lugar de las obras, sino que también encontramos escenas de labor arquitectónica en vidrieras, tapices, frescos e incluso en relicarios y retablos.
Asimismo, también son documentos importantes los testimonios escritos, como cartas, biografías y descripciones de procedimientos de construcción.
Con un despliegue difícilmente imaginable en la actualidad, en primer lugar se asentaban los cimientos, a veces sobre un terreno húmedo o poco resistente.
Una vez se había terminado la cimentación, el material de construcción debía transportarse al lugar de las obras. Las construcciones antiguas siempre fueron canteras muy preciadas.
Entonces comenzaba la labor de los canteros, albañiles y escultores, de los peones encargados del mortero, los revocadores y blanqueadores, de los carpinteros y tejadores, de los jornaleros, manobras y obreros.
Los andamios de madera (antecesores de nuestros andamios metálicos) no existieron hasta más tarde. Alrededor de los muros se creaba un entablado de trabajo que se iba retirando a medida que avanzaba la obra y se volvía a construir en un nivel superior.
El material se transportaba hacia arriba generalmente por medio de rampas. Los medios de transporte más usuales eran las angarillas y las cestas. Desde la segunda mitad del siglo XII se conoce un tipo de grúa muy simple que en un principio solo consistió en una cesta atada a una soga. Más tarde se incorporó la polea.
Los obreros alcanzaban la zona superior del edificio en construcción subiendo por escaleras y andamios colgantes que solían ser de esparto.
Como vemos, las iglesias románicas eran construídas por un enorme esfuerzo por parte de todas las manos que allí se empleaban.